La mamá las prepara ante cualquier desastre que les pueda ocurrir. Les lee los titulares del diario en voz alta todas las mañanas mientras Amy y Zoe comen sus Cheerios. A veces la mamá de Amy y Zoe les pone pedacitos de banana arriba de los cereales, pero muchas veces se olvida y las bananas se ponen marrones y blandas y hay que guardarlas en el freezer para hacer budín de banana después. Y en algún momento el freezer se llena de bananas marrones congeladas, y viene el papá y las tira a la basura.
Las chicas siempre se quedan calladas mientras la mamá lee, pero no la escuchan nunca. Lo único que les llama la atención es que siempre pasa algo en algún rinconcito del mundo. Parece incluso que al mundo le va cada vez peor. Más allá de los tornados, siempre hay algún terremoto o derrumbe de mina o atentado o guerra, o cae algún avión. Hay una epidemia de sida, aunque ninguna de las dos sabe qué significa sida. Sólo saben que hay que lavarse las manitos.
En cambio, mientras la mamá está en la bañera, les lee Good Housekeeping. La mamá de Amy y Zoe no se ducha nunca porque dice que una vez vio una película en la que asesinaban a cuchilladas a una chica en la ducha y había mucha sangre. A la mamá de Amy y Zoe le gusta que la acompañen en el baño, que se sienten en el piso y la escuchen.
A veces les cuenta historias, siempre las mismas. A todo el mundo le cuenta siempre la del vecino loco que mató a sus papás y se metió en el árbol gigante que está en el jardín del fondo. El papá de Amy y Zoe estaba en Stillwater dando uno de sus talleres. Así que la mamá fue y agarró su rifle y se preparó para hacer lo que tuviera que hacer. A Amy la mamá le dijo que se escondiera bajo la cama y que se quedara ahí, pasara lo que pasase, y que no hiciera ningún tipo de ruido. Pase lo que pase, repite la mamá, y cada vez que cuenta la historia su voz se espesa ahí.
Zoe era bebé todavía, no tenía más de seis meses, así que tenía que llevarla en brazos. Aun siendo tan chica, Zoe debió intuir que pasaba algo porque no paraba de llorar. Eso le hizo pensar a la mamá de Amy y Zoe en esas mujeres que sofocaron a sus propios bebés durante el Holocausto para no ser descubiertas.
Amy y Zoe saben que el Holocausto fue cuando los judíos fueron tirados a un hoyo grande en el bosque. Lo que no saben es quienes fueron los judíos, pero la mamá dice que eso no importa, así que no preguntan más.
Entonces la mamá la llevaba a Zoe en un brazo, llorando, y el rifle del papá en el otro. La policía ya lo tenía rodeado al vecino loco así que mucho más para hacer no había. Eso lo supo por la tele, porque a pesar de que todo pasaba ahí, en el jardín del fondo, la mamá se dio cuenta de que tenía que mantenerse lejos de las ventanas por si entraba una bala. Porque el vecino loco no se rendía, les disparaba gritando, hasta que le pegó un tiro a uno de los otros vecinos que había llegado para ayudar a la policía.
Acá la mamá hace un corto silencio y mira alrededor.
Pero, al otro vecino le gustaba masticar tabaco. Y aunque cueste creerlo, lo que pasó fue que justo cuando le dispararon estaba masticando tabaco. La bala le perforó la mejilla en ángulo así (acá la mamá se apunta a la mejilla, su dedo índice sirviéndole de pistola) pero en vez de seguir hasta la garganta, y de terminar con él, ¡la bala se trabó en el tabaco!
A todo el mundo le encanta esta parte, siempre. Las chicas no entienden muy bien por qué, porque saben que el tabaco te puede matar también. Aparte ven al otro vecino todo el tiempo, sentado en su porche, escupiendo sus jugos negros en un balde, huesudo y hecho polvo, con esa fea cicatriz que le habría quedado de ese día.
La historia entera le da a Amy una mezcla de pánico y asco. No puede recordar haber estado debajo de la cama, pero al escuchar tanto la historia se lo puede imaginar. Zoe en órbita, llorando, fuera de su alcance.
Al final, el vecino loco se pegó un tiro y se murió.