Eitán Futuro

Una imagen que no viví, que me precede y engendra y es a la vez nueva. Apareció en una caja de mi última mudanza, papá y mamá más jóvenes de lo que soy ahora, en su casamiento. No quiero hacer un análisis de la foto, derivar estados vivos ni desprender historias, es una foto. Me interesa más el relato de mi vieja, la loca, irracional, inocente, en el esquema de la familia quebrada hace más de quince años, que viene a redimirla de algún modo, algo que estoy tratando de hacer desde mis doce. Ella cuenta.

Mi viejo era celoso, muy. En la antesala de la ceremonia, a madre, vestida ya de novia, le llegó, firmado por un amigo, un ramo de flores más grande del que le había regalado mi viejo, que canceló el casamiento, se subió al auto y desapareció. Estamos a fines de los setentas. Madre con sus cuatro hermanos, la única mujer, la más chica, una nena de veintiún años con el mareo de un día que se suponía iba a marcar un cambio irreversible en su vida, el comienzo de una nueva, de varias, la confirmación de un vaticinio en la estrella de su nacimiento, la culminación de un plan evolutivo, siendo peinada con un tocado de flores en los prolegómenos, sin saber si, respondiendo a la inercia para frenar la posibilidad ridícula de que en un segundo y con una excusa tan mala se interrumpiera el proceso tan caro del matrimonio.

Acá estoy, ellos se casaron, tuvieron a Ioni en Jerusalén, a mí en Buenos Aires, lo cuatro dimos lo lo mejor de nosotros durante un tiempo admirable y después nos separamos. Es decir.

Padre volvió ese sábado de su paseo en auto pero mantuvo el orgullo durante toda la ceremonia: no le dirigió la palabra a mi vieja, hermosa, con el pelo recogido y los pómulos en flor, con los ojos fuertes y una voluntad llena, explotando, que se explica en un lenguaje que todavía estoy tratando de aprender.

Eitán Futuro